Pasa el tiempo y de pronto me doy cuenta de que es mentira, nada se olvída ni la tristeza se va, simplemente me acostumbré a vivir con ella de tal manera que ya ni me pesa.
¿Qué pasó con eso de que el tiempo cura?...
Lo recuerdo como si acabase de verlo. Su olor y hasta su manera de respirar. Es increíble y hasta gracioso que a veces me descubro haciendo gestos suyos, como si fueran mios propios. Y me siento rara porque no es a propósito sino muy natural, como si lo llevara dentro de mí.
¿Será que se puede amar tanto que dejamos de ser nosotros mismos o que muy por el contrario, es tanta la falta de amor propio que hacemos lo que sea para ser alguien más, para tener alguien más a quien darle toda la atención que nos negamos a nuestro yo?.
Cuando hay historia o ataduras a una persona el proceso de separación o desligamiento se convierte en un trabajo arduo y muy mal reimunerado. Imaginense pasar las 16 horas del día que estamos despiertos (en la mayoría de los casos) pensando en que debemos dejar de pensar en algo o alguien. ¡Eso no es vida!... mucho menos cuando tienes cosas que te recuerdan a cada momento lo que tuviste y ya no está. Pero así es la vida de quien sufre por amor (o lo que sea).
La esperanza, el deseo de olvidar o perdonar, las ganas de volver el tiempo atrás sabiendo que es imposible o de adelantarlo de tal manera que ya el dolor no exista. Y así es día tras día, una lucha de lo que se debe hacer en contra de lo que queremos hacer. Porque no neguemos que nos gusta pensar en aquello que nos hace sufrir, hasta disfrutamos de las lagrimitas y todo.
Ya siento que llorar no es mayor cosa, ¿será que me estoy volviendo inmune al dolor? ¡ojalá!.